domingo, 2 de noviembre de 2008

"Otro poema"

"Otro poema"


Este día pido que los prejuicios
dejen de ser barrera que limita a mi primavera
hacer, lo que hace esta con los cerezos,
a mi corazón, le basta tu blando pecho,
la fina tesura que baña tu alma de brillantes guirnaldas,
capaces de opacar la infinita soledad
de mi apasionado espíritu

permite a este algo, sentir esa cosa
que hace que este algo viva,
adiós a la razón,
te amo más que Dios,
el nunca te beso,
sin embargo, que nuestro amor sea como él:
infinito, universal, quedándose cortas las palabras
y las zalemas que denotan su existencia

ojala y el día de nuestra muerte,
estemos contentos de no haber podido explicar
que es algo y que es cosa

Dios quiera que saquemos de las bodegas:
besos guardados, carisias prohibidas, todos los pecados

y cuando nos doblen las campanas,
todos se pregunten ¿estos, se amaron?

1 comentario:

El_Torro dijo...

La muerte de la abuela y un cigarro

La abuela murió. En realidad, prefiero que hubiese dejado de respirar otro día, asì, no
hubiera interrumpido las clases de actuación, por culpa del mensaje que llegó a mi
celular anunciando su muerte. Total, murió.
Quise fumar. A mis padre le molesta que fume. Sin embargo, cuando estás
derrumbado del alma por perdidas como esa. Los vicios pasan desapercibidos ante la
mirada de los vigilantes de la moral. Muerte: buen pretexto para inquirir en vicios.
Cuando hube entrado al lugar del funeral, pensé detenidamente qué lugar es propicio
para iniciar el ritual de la melancolía, en el que recae el ser humano de diferentes formas.
En mi caso, fumar. Saludé a unos pocos parientes con muecas que denotaban un satírico
pésame, mientras masturbé con la mirada el lugar, con el fin de encontrar un sitio
acogedor. Subí, hasta donde esta postrado el cuerpo, dentro de una caja de madera. A
través de un cristal permite observar la pieza de porcelana empezar su natural
putrefacción. Esta escena era aún más parecida al teatro, ya que todos tenían un papel
definido: hijo dolido, nieto angustiado, esposo resignado, etcétera... Me parece una falta
de respeto este simulacro.
Después de contemplar con desagrado esta representación, decidí salir a fumar por un
momento. Desde las escaleras de mármol, divisó un acogedor lugar, perfecto para dar
inicio al ritual. Lastima: está ocupado. Después de hurgar por el sitio, terminé en una
maseta un tanto escondida. Meto la mano en el bolso, palpo el encendedor, reviro un
poco, y veo a mi madre: sus ojos me buscan, se me acerca y me pregunta algunas cosas,
no recuerdo qué, ni que respondí. Empecé a platicarle de donde proviene el simulacro
de los funerales, y una serie de datos ridículos sobre el tema. Llega un primo, mayor
que yo, creo que por dos años. Jamás hemos sido amigos. Pregunta si ya vi el cuerpo.
Dije que no. En ese momento prefiero ver un cigarro en mi boca, que el cuerpo de la
abuela. Obviamente quiso que le acompañara, no lo dijo, pero lo supe ya que siempre
me habla más por necesidad que por gusto. Lo acompañe. Al estar en la capilla nos
acercamos al cuerpo. Me parece como una piedra. No respira, no se mueve, y más
temprano que tarde estará rodeado de tierra. Se acerca una amiga de la familia, y dice:
“¿parece que está dormidita verdad?”. No lo se, pero me parece un comentario estúpido
aunque apropiado: estupido para mí, apropiado para él. Aprovecho la situación y escapo,
los dejo charlar sobre un rollo en el que se trata un tema estúpido: “La muerta, ¿parece
que duerme, o que no?”En fin.
Casi salgo de esa escena, cuando veo al hermano menor de mi primo, más
consternado que triste: sus ojos derrochan tormento, desespero, reflejan la
preocupación del que no sabe entender, y que desea conquistar el pleno conocimiento o
sabiduría, que se esconde después del ocaso de la vida, y sabe que no puede. Me le
acerco por gusto. He decidido, retrasar mi cigarro, sólo por unos minutos. Me comenta
que no quiere ver a la abuela, que no se atreve. En eso llega su hermano mayor. Para mi
desgracia. Le dice que si no la va a ver, se va a arrepentir: luego me mira pidiendo la
razón de mi parte. Obvio no se la doy, le digo que talvez su hermano puede ser la
excepción y que si no quiere verla no hay problema, que da igual de cualquier modo, ya
que si decide no verla, se preguntará: “¿y si, la hubiera visto?” y si la ve se preguntará
“¿y si no la hubiera visto?”. Daba lo mismo que eligiera. De cualquier manera dudará de
algo. La cuestión es, le dije, que tenía que elegir que duda quiere roer. Me dijo que
prefiere recordarla viva. Volví a comentarle que lo que quisiera hacer, esta bien. Para
aminorar un poco la situación, le recordé que el año pasado mi hermano era el de la caja,
y que ni siquiera fui a una misa, funeral, sepelio o cualquier cosa que tuviera que ver
con su muerte. Me pregunta si me arrepiento, o si siento mal por ello. Le digo que no,
que me hubiera sentido peor de haber ido, ya que no tenía ganas de hacerlo, y si las
cosas no se hacen con ganas, entones es mejor no hacerlas. Su madre lo llama, y decido
salir, por fin, a fumar. A escasos metros de mi encuentro con el destino y mi cigarro, me
intercepta de nuevo, mi madre. Me pide café al notar el que tengo en la mano. De haber
sabido antes que este café me detendría, no lo hubiese preparado. Me da coraje, me da
risa. Es divertido ver como parece que Dios no quiere que fume, y me parece molesto,
por que, si bien no se mete con mi libre albedrío, ¿ por qué no me deja acatar mis
decisiones a plena voluntad?. Mi madre voltea con una tía y la invita por el café. Me
deslindo de Dios y voy a la puerta de salida. Todo está listo: tengo encendedor y
cigarros. Camino hacia una rampa por donde entran los coches de la funeraria. Me
siento en el piso, coloco el café a la derecha, y enciendo el cigarro.
Apenas lo enciendo cuando un muchacho, más joven que yo, me pregunta donde hay un
abarrote. Le comento que si qué desea comprar. Me mira con cara de qué te importa,
pero cuando le afronta mi mirada de se lo que buscas, me dice rápido, que quiere
cigarros. Yo tengo, le digo, y puedes tomar los que gustes. Toma uno, saca su
encendedor, y sentándose junto a mi empieza a fumar, lento. Por costumbre, pregunte su
nombre. No lo recuerdo. Solo lo dije por costumbre. Después por curiosidad instintiva,
le pregunte qué si con quien venía, dando a entender que si con qué muerto. Dijo el
nombre de una mujer que no conozco ni conoceré; afirma que es su prima, que la
asesinaron a balazos, y que hasta el tiro de gracia tuvieron el detalle de darle. Eso es
triste, le dije, mi abuela al contrario, murió acostada ya en edad avanzada, hasta se
digno de profetizar su muerte, ese mismo día con horas de anticipación, para que todos se
fueran preparando. Yo estuve listo siempre: pudo haber muerto cualquier otro día, antes
o después, tranquila o gritando en agonía, total, de todos modos hubiese muerto. Le
pregunto cómo era su prima. Empieza a describir su físico. También yo hubiera matado
por ella, a ella, o a cualquiera. Le digo que ansío saber su carácter. Dice que era alegre,
bailadora, que no le importaba nada, que era feliz así. Entonces le hice una pregunta: ¿se
puede decir que tu prima vivió el instante? Me responde que si. Entonces, le dije, tu
prima vivió más que mi abuela. La vida se compone del instante, instante es igual a vida.
He ahí la importancia de vivirlo. Él asintió con la cabeza y con una mueca confortable.
Para esto se están extinguiendo ambos cigarros, llegan dos parientes más de él, y
comienzan a hacer los preparativos para celebrar un nuevo funeral: el motivo: la
venganza de su prima fallecida. Mientras ellos decían estas y otras cosas, los ignore: no me interesan.
Supuse que para hacer de este momento más memorable para mi fugaz compañero de
vicios, abría que decir unas cuantas palabras más profundas en honor de su prima. Así
este momento seria inmortal para él y sus parientes. También imaginé que abría que
darle mi caja de cigarros como un gesto de amabilidad. Me levanté, extendí mi mano y
coloqué sobre la palma de la suya dos cigarros. Mientras, observe que mi cigarro se extinguio, como la abuela .Dije con permiso, y me fui.